En 1970, decían: "Si gana Allende, nos convertiremos en Rusia". En 2005: "Si gana Bachelet, nos convertiremos en Cuba". Empero, en 2025, el coro no ha cambiado: "Si gana Jara, seremos Venezuela", y "si gana Artés, Corea del Norte".
Desde la Unidad Popular hasta el Frente Amplio, pasando por los reformismos tibios y prosaicos de la Concertación, la derecha chilena -en todas sus metalepsis- ha utilizado una catchphrase permanente: el sofisma movilizador. Lo que ayer eran tanques soviéticos entrando a Santiago, hoy son inmigrantes imaginarios que ocuparán tu living. Lo que antes eran planes de expropiación, hoy es el "Censo del terror" que, según se dijo en -el totalmente objetivo medio de información- "Tik Tok" en 2024, preguntaría por el número de habitaciones para entregarlas a inmigrantes venezolanos. Todo, orquestado por un supuesto pacto entre Gabriel Boric y "el Comandante Chávez"... irónicamente fallecido más de un decenio previo.
La mentira no es un accidente en el discurso de la extrema derecha: es su columna vertebral. La consigna "una mentira repetida mil veces se convierte en verdad", se atribuye a Goebbels, líder de propaganda nazi. En Chile, esa frase no es leída como advertencia, sino como una triste y desesperada estrategia de campaña por parte del mencionado sector.
Ambos partidos principales de la nueva ultraderecha chilena (el Partido Republicano y el Partido Nacional Libertario) representan dos deformaciones distintas del paradigma democrático: el primero se sustenta en el miedo y el segundo, en la ira. El PRCh, comandado por José Antonio Kast, construye un proyecto reaccionario, teocrático, y profundamente colonial. El magnum opus de un Estado Schoenstatt. Como bien señala Slavoj Žižek, "el miedo no solo impide pensar: sustituye el pensamiento por la obediencia". Y los republicanos lo entienden bien. No ofrecen soluciones, ofrecen refugio: ante el caos, el inmigrante, la delincuencia, los "sodomitas" y el comunismo. Y cuando no hay una real amenaza, se inventa. Así nació la consigna "no es Censo, es empadronamiento", denunciada incluso por expertos como el doctor Claudio Fuentes y el propio INE como una campaña de desinformación sistemática. La tesis era simple: asustar a la población, sembrar terror, fomentar la desconfianza en las instituciones, y finalmente, capitalizar políticamente el colofón.
El caso del Partido Nacional Libertario es sui generis. A diferencia del PRCh, que pretende un orden conservador, el PNL busca dinamitarlo todo. Es el partido del grito, del braggadocio, del "que se vayan todos". Su combustible no es el miedo, sino la rabia. Esa ira que describía Wilhelm Reich en "Psicología de masas del fascismo" como una frustración reprimida que, al no canalizarse contra las élites reales, se redirige a enemigos imaginarios. El inmigrante, el pobre con subsidios, la madre soltera, el artista, el "maricón".
Su líder, Johannes Kaiser, ha demostrado públicamente una ignorancia alarmante sobre conceptos económicos básicos. En 2025, en una intervención muy difundida por redes sociales, confundió de forma grotesca los conceptos de flujo y stock -errores que hasta un estudiante de primer semestre en Economía evitaría- y fue corregido en vivo en un majestuoso castigat ridendo mores por el ministro Mario Marcel, magíster en Economía en Cambridge. Kaiser, que nunca terminó ningún métier académico, se erige como el nuevo demiurgo del "libre mercado", repitiendo clichés memorizados sin hermenéutica alguna. Su hermano, Axel Kaiser, jurisconsulto sin formación formal en economía, ha pasado el último decenio opinando en medios con la confianza del ignorante ilustrado. Basta leer su tesis de magíster en Heidelberg, "The American Philosophical Foundations of the Chilean Free Market Revolution", para observar su profunda incomprensión del fenómeno latinoamericano: errores conceptuales, reduccionismo ideológico, y una permanente obsesión con el marxismo como espectro omnífico.
Ambos partidos, PNL y PRCh, se presentan como supuestos adversarios entre sí, pero convergen en lo semántico: su rechazo absoluto a la organización colectiva, a la planificación democrática, al proyecto socialista. Su diferencia es de forma, no de fondo. El PRCh ofrece un Estado fuerte y autoritario, pero que protege "lo mío". El PNL, un Estado ausente, que deja a los lobos devorar al rebaño. Neoliberalismo ultraconservador por un lado, minarquismo absoluto por el otro. "Sálvate solo" el leitmotiv de ambos modelos, serviles a un mismo sistema: el capitalismo.
Desde una lectura marxista chilena, lo que observamos es una reacción desesperada del capital frente a la crisis estructural del neoliberalismo. Como señaló Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese chiaroscuro surgen los monstruos". El PRCh y el PNL son dos de esos zascandiles monstruos. Uno ofrece el retorno a un pasado locus amoenus que nunca existió; el otro, el caos libertario disfrazado de "modernidad".
Ambos se alimentan del individualismo burgués, de la crisis e ignominia de la política tradicional, y de un pueblo cada vez más abyecto que, sin organización política real, es fácilmente manipulado y cooptado por las emociones más básicas. El miedo y la ira no son motores de cambio: son combustibles para la regresión. Por eso debemos denunciarlos, desarmarlos con la verdad, y sobre todo, organizar la esperanza.
Como diría Allende, "la historia es nuestra, y la hacen los pueblos". Pero la hacen solo cuando despiertan. En 2019 se suponía que "Chile despertó", pero al par de meses descubrimos que solo se despertó para tomar una tacita de agua con eszopiclona y volver a la tibia camita. Y para ello, debemos levantarnos otra vez, dejar de tener miedo y dejar de gritar al vacío. Tenemos que pensar, estudiar, luchar y construir.